sábado, 12 de septiembre de 2009

Un ballet cósmico con un Carl Sagan vestido de negro


Samael – Ceremony of opposites (1994)



Suiza no es un país que se haya especializado en grandes nombres dentro del metal, si exceptuamos claro esta a los legendarios Celtic Frost y a los Thrashers Coroner. Pero dentro de todo, Samael puede tomar un nombre dentro de los referentes importantes de esa movida.
Su sonido primigenio estuvo atado a el genero más brutal y oscuro de principios de los noventas: el Black metal. Sin embargo, luego de dos discos de música salvaje y primitiva donde abundaba la mala producción y los riffs gélidos, nuestros amigos decidieron ir a lo más profundo del cosmos y encontraron que podían trasmitir aquella brutalidad desde los más lejanos rincones del universo. De ahí, salio Ceremony of opposites de 1994, donde la banda, desde la tapa, mantiene parte de su imaginaria satánica/blasfema, pero agrega un condimento espacial en base a teclados semi sinfónicos/espaciales que nos llevan por galaxias distantes. Por su parte, la banda decide bajar igualmente las revoluciones para este disco, acoplando esa suerte de riffs oscuros, sin tanto uso de blast beats, en pos de dejar más espacio para los climas y con una producción diez veces superior a sus anteriores producciones, algo que en el momento de la salida del disco pudo haber sonado chocante para los blackers más radicales que adoraban las paupérrimas producciones de los primeros discos de pilares Noruegos de la talla de Darkthrone o Mayhem.
Temas como Black Trip o Celebration of the Earth nos sumergen en una mundo donde las atmosferas artificiales, las voces rugidas, los oscuros y negrísimos riffs y los interludios espaciales van de la mano, en una suerte de juicio final cósmico.
Pero destaco momentos como el final de Son of Earth, los climas de la demoledora Mask of the red death, aquel comienzo de chelos en Baphomeets thone o la siniestra Flagelation con ese interludio de teclado a partir del minuto 3:08.
Con esto y más, Samael se erige con una obra que nos llevara a un macrocosmos, más cercas de los gélidos fiordos que de la calidez estelar, lejos del Corpse Painting y más cerca de aquel mundo que quiso enseñarnos Stanley Kubrick. Todo lo que pido son oídos dispuestos.



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